Insistí con otros alumnos para conocer la motivación que los empujó a volver a la escuela. Y cuando pedí si alguno estaba dispuesto a contestar la misma pregunta sobre por qué han venido a la escuela nocturna, un alumno que parecía decidido y pujante, dejó oír su motivo:
-Sabe por qué yo vine, profesor… porque ayer me levanté temprano como todos los días para leer los clasificados del diario. En realidad, es el clasificado que ofertan trabajos de todo tipo. Dada mi situación… tengo 22 años y todavía no consigo trabajo. Leí que en la estación de servicio de combustibles, aquí cerca, calle diagonal 73 esquina 9, necesitaban un operario para despachar nafta. Me puse muy contento y esta mañana, a las 6 horas, ya estaba allí. Bueno, la alegría me duró poco. Me encontré con 20 personas más que estaban desde las 3 horas de la madrugada. Después de esperar hasta que viniera el encargado quien lo hizo a las 9, la fila tenía como 50 personas. El hombre encargado era corpulento o me parecía a mí. Tenía un rostro serio y rígido, parecía que no había sonreído nunca, ni aún de niño. Los movimientos de su cara eran muecas, no expresaba ningún sentimiento, parecía de mármol. Yo estaba un poco nervioso dada la cantidad de personas en busca de un solo trabajo. Me temblaban las manos y no eran de frío. Tampoco de hambre porque había tomado unos mates. De pronto, con voz arrogante y militarizada nos pidió atención y con feroces palabras, parecía que ladraba, nos vociferó que él no tenía ningún parámetro para elegir a uno y como eran tantos dijo que lo primero que encuentra para eliminar a algunos es saber si tenían el bachillerato realizado. En consecuencia manifestó: “quien no tenga el secundario terminado que se vaya porque esos no participarán de la elección”. No sabe profesor la bronca que se apoderó de mí. Pensé que para despachar nafta no era necesario ser bachiller, yo con mi escuela primaria creo que estaba en condiciones y que era suficiente. Pero el energúmeno nos dijo eso y sentí un vacío dentro de mí, una impotencia, una desesperación que me consumía. Por eso, profesor, por eso estoy hoy aquí, para poder encontrar trabajo… para poder sobrevivir.
Sus ojos vidriosos denunciaban algunas lágrimas. Una tenue congoja invadía el aula. Todos con resignación bajaron sus ojos como gesto solidario por la pena vivida de ese compañero. Pasé la mano suavemente por el Libro de Temas, hundí la mirada en una de sus hojas e intenté levantar los ánimos. Hurgué en búsqueda de algún chiste rápido que no vino y, por suerte, me sorprendió el timbre que anunciaba el primer recreo. Cuando salí lentamente del aula, reflexioné unos instantes sobre el tema. El joven había encontrado, por su situación, otra veta luminosa que acrecentaba el concepto de educación. La escuela bienhechora como medio de sobrevivir, de ayuda vital. La escuela, inmaculada y gloriosa, era la imagen del dedo de Dios que da vida en su contacto con la mano del hombre como en “La creación” de Miguel Ángel.
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-Sabe por qué yo vine, profesor… porque ayer me levanté temprano como todos los días para leer los clasificados del diario. En realidad, es el clasificado que ofertan trabajos de todo tipo. Dada mi situación… tengo 22 años y todavía no consigo trabajo. Leí que en la estación de servicio de combustibles, aquí cerca, calle diagonal 73 esquina 9, necesitaban un operario para despachar nafta. Me puse muy contento y esta mañana, a las 6 horas, ya estaba allí. Bueno, la alegría me duró poco. Me encontré con 20 personas más que estaban desde las 3 horas de la madrugada. Después de esperar hasta que viniera el encargado quien lo hizo a las 9, la fila tenía como 50 personas. El hombre encargado era corpulento o me parecía a mí. Tenía un rostro serio y rígido, parecía que no había sonreído nunca, ni aún de niño. Los movimientos de su cara eran muecas, no expresaba ningún sentimiento, parecía de mármol. Yo estaba un poco nervioso dada la cantidad de personas en busca de un solo trabajo. Me temblaban las manos y no eran de frío. Tampoco de hambre porque había tomado unos mates. De pronto, con voz arrogante y militarizada nos pidió atención y con feroces palabras, parecía que ladraba, nos vociferó que él no tenía ningún parámetro para elegir a uno y como eran tantos dijo que lo primero que encuentra para eliminar a algunos es saber si tenían el bachillerato realizado. En consecuencia manifestó: “quien no tenga el secundario terminado que se vaya porque esos no participarán de la elección”. No sabe profesor la bronca que se apoderó de mí. Pensé que para despachar nafta no era necesario ser bachiller, yo con mi escuela primaria creo que estaba en condiciones y que era suficiente. Pero el energúmeno nos dijo eso y sentí un vacío dentro de mí, una impotencia, una desesperación que me consumía. Por eso, profesor, por eso estoy hoy aquí, para poder encontrar trabajo… para poder sobrevivir.
Sus ojos vidriosos denunciaban algunas lágrimas. Una tenue congoja invadía el aula. Todos con resignación bajaron sus ojos como gesto solidario por la pena vivida de ese compañero. Pasé la mano suavemente por el Libro de Temas, hundí la mirada en una de sus hojas e intenté levantar los ánimos. Hurgué en búsqueda de algún chiste rápido que no vino y, por suerte, me sorprendió el timbre que anunciaba el primer recreo. Cuando salí lentamente del aula, reflexioné unos instantes sobre el tema. El joven había encontrado, por su situación, otra veta luminosa que acrecentaba el concepto de educación. La escuela bienhechora como medio de sobrevivir, de ayuda vital. La escuela, inmaculada y gloriosa, era la imagen del dedo de Dios que da vida en su contacto con la mano del hombre como en “La creación” de Miguel Ángel.
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