Recuerdos de escuela nocturna
RECUERDO 1
Atardecía. Una llovizna molesta caía desde un cielo indiferente y gris, en un otoño frío y deshojado. Y casi sin darme cuenta, me invadieron suavemente la melancolía y los recuerdos. La memoria pareció activarse. Y me fue disparando algunos viejos episodios de mi pasado docente. Tomé una cuartilla y me dispuse a escribir lo que saliera. El tiempo del recuerdo no tiene una marcha lógica, se entretejen los hechos, se confunden las fechas y la tendencia está marcada por los impactos emocionales que en su momento me conmovieron y que aparecen nítidos desde el recuerdo. La Escuela de Enseñanza Media Nº 10, “Don Bosco”, es la fuente de donde nace mi anecdotario. Su diseño arquitectónico data de tiempos inmemoriales. Sus aulas son de extensas dimensiones, con altas y luminosas ventanas. Sus puertas son de madera y tienen dos hojas. En su interior, un patio central en forma de rectángulo está coronado, a su alrededor, por innumerables aulas. Aunque ya viejas, mantienen su señorial presencia y parecen erguidas y orgullosas como árboles añejos. Ya no, pero también estaban provistas de una cuadrada y alta tarima que se ubicaba en uno de los ángulos de 90º y sobre ella un robusto y formidable escritorio que parecía imponer condiciones y dictar las reglas, esperaba la presencia de las profesoras o los profesores para iniciar la jornada. Me olvidaba de contarles que de día la escuela funcionaba para el primario y la segunda enseñanza. En la noche, se abría el nocturno, el bachillerato para adultos. Éste último turno es el mío. Sus alumnos provienen de múltiples ámbitos sociales. La variedad formativa y familiar es de orígenes diversos. Dentro del aula pueden convivir alumnos de tres o cuatro generaciones diferentes. Por tanto, el lenguaje y el tratamiento del docente no se reproduce para una uniformidad. Buscará lo más adecuado para cada uno y tratará de mantener relaciones amables y afectuosas con algunos y tendrá cuidado con su tono para otros. Será un excelente director musical frente a tantos instrumentos para poder interpretar su rutina con armonía y humor. Aunque en una escuela es impropio hablar de rutina, sabe que la sonrisa puede descolocar hasta los caracteres más pétreos. La sonrisa es amiga del optimismo y ahuyenta a la desesperanza. Y ellos, los alumnos, lo que más buscan es la esperanza. Y para eso, los docentes tienen que presentar muestras de caridad y solidaridad. De lo contrario sólo será un empleado de la educación.
En aquel primer día de clase, en primer año, como siempre ha pasado y pasará, el miedo y la angustia es la mochila que carga sobre su cara cada alumno. Nadie habla por temor. En este punto, el docente debe actuar como el mejor de los anfitriones. Para el alumno que observa cada gesto, cada signo de comunicación y escucha con fuerza cada palabra, la atención está como una cuerda tensa. El docente debe saber que ese temor sobrepasado llega a la angustia que se inició mucho antes de venir a la escuela; se inició a la hora de acostarse la noche anterior. A cada alumno, según edades, pero muy especialmente a los mayores de cuarenta años, el terror lo invadió esa noche pasada. ¿Con quién se encontraría? ¿Qué edades tendrían sus compañeros? ¿Y si me preguntan algo y no sé qué decir? ¿Y si digo algo que es una burrada y todos se ríen de mi? ¿Y si me quedo paralizada y siento sobre mi la sonrisa socarrona y la burla no disimulada? ¿Saldré corriendo, huyendo del colegio? Esa noche anterior la recuerdan siempre todos, hasta los desertores o hasta quienes culminaron sus estudios y hasta quienes lograron con sus estudios obtener una carrera profesional. Es el miedo más espeluznante porque te hace impotente, sin recursos, sin armas, no se puede defender; siente desamparo, se transforma en un bebé. Esto sucede con quienes se deciden retomar o empezar sus estudios, siendo adultos, mayores de dieciocho años. Y si la edad pasa los cuarenta años, es mayor porque se magnifica con la responsabilidad y la vergüenza. Luego se dan ánimo con “Lo haré por mis hijos”, “Para continuar la carrera que siempre quise” o “Es mi posibilidad de ascenso social”, “Por la posibilidad de ascender laboralmente”,”Para cobrar un poco más en mi trabajo”, o “Cumpliré mi sueño”, “Por el sueño de mis padres” u orgullosamente “Esto es para los que no me creen”. Puede haber infinitas argumentaciones como los múltiples caminos que puede tener la vida humana. Todos son válidos, porque muestran un maravilloso impulso de progreso, de capacitación o perfeccionamiento; porque creen positivamente en sus propias fuerzas; porque ennoblecen al género humano; porque es una forma de honrar la vida; porque el hombre, acompañando el pensamiento de Juan J. Rousseau, nace bueno y tiene una natural vocación de ser mejor, a pesar de las pantanosas dificultades económicas y sociales que quieren empujarlo hacia el oscuro abismo de la imposibilidad. Y, en ese momento, la presencia del docente es la usina de su esperanza. El alumno adulto lo escucha como a un semidios. Confía en que lo ayudará a conseguir sus deseos, sus sueños, su meta esperada. Lo escucha con ternura, con admiración, pero también con algo de prevención y de prudencia. La difícil tarea del docente estará en ensamblar su mente y su corazón con la mente y el corazón de cada uno de ellos, individualmente. Es una tarea de inteligencia interpersonal que muchas veces surge de la personalidad y la práctica del docente, pero también puede venir de la vida en la calle que cultiva la experiencia o la intuición del actuar humano. El primer principio docente será mostrarse afectuoso, solidario, comprensivo, hermosamente cristiano. La demostración de amor hace bajar cualquier defensa, hasta el más rebelde pierde su fuerza batalladora. En el primer día, el docente debe lograr cierto encantamiento a través de las palabras que nacen de su corazón y en menor medida las que nacen de su conocimiento. Logrará así “flechar” a sus alumnos.
Autor: Prof. de Literatura Oscar Fernández
Muchas gracias Oscar por tu aporte y por tu sensibilidad!!!
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